Una historia extraordinaria en el Límite de lo ordinario

José Saborit

Catálogo "De Límite para tí: xe què bo, xe què fi" 1993

  Todo comenzó hace ahora cinco anos, en el curso 87-88, cuando ellas estudiaban Tercero de Pintura en la Facultad de Bellas Artes de Valencia, ataviadas con calzado deportivo, vaqueros descoloridos, jerseys de punto generalmente grises o marrones, cierto aire desgarbado muy frecuente en los alumnos de los primeros cursos, carboncillos, rollos de papel continuo, mochila rebosante, herramientas y utensilios variados, el obligado maletín de pintura colgando por un extremo, tal vez una sierra y otros utensilios inverosímiles de bricolage, carpintería o fontanería (la moda de las instalaciones ya amenazaba entonces), y ciertas dosis de mugre irregularmente distribuídas, estrictamente necesarias, como todo el mundo sabe, para el abnegado aprendizaje de las técnicas artísticas. Semejante panoplia, en su espesura, difícilmente auguraba un destellante futuro, pero sin embargo, una especie de naturaleza anfetamínica, tensa y fogosa, unida a cierta voracidad en la forma de mirar las cosas y las imágenes, permitía imaginar la mejor de las metamorfosis, gozoso espectáculo de crecimiento y desinhibición que pude observar desde el privilegiado parapeto de la mesa del profesor, hasta llegar a verlas convertidas en las princesas del pop levantino de los noventa, sirenas espumosas de la pintura mediterránea, aguerridas amazonas de la selva artística valenciana.

  Un buen día aparecieron por clase con un enorme cuadro hecho con fotocopias coloreadas y pegadas, que representaba una botella de Linimento Sloan, ése que con el hombre del vetusto bigote al frente de la etiqueta utilizaban en las enfermerías de los colegios de curas como milagroso remedio curalotodo. Misteriosamente, el brioso linimento, cual auténtica poción mágica o lámpara maravillosa, catalizó la transmutación, pues aquella majestuosa botella de brillantes y nítidos colores no estaba pintada sino fotocopiada y este hecho abrió entonces un mundo de promiscua permisividad en el que era posible coger cualquier cosa de cualquier sitio para someterla al alquímico proceso de apropiación, transformación y fagocitación.

  Cari y Cuqui habían cambiado el pringoso maletín de pintura al óleo por un mágico maletín de la Señorita Pepis, y habían aprendido el arte de transformar los trapitos encontrados en mercadillos, la bisutería fulera, las baratijas que venden en las paraetas de barrio, toda la quincalla y las chucherías imaginables, en oropeles andantes rebosantes de poderío y expresividad; hubo un tiempo en el que el color de sus cabellos mutaba cual arco iris lisérgico y delirante, para desconcierto de quienes no las veían habitualmente ¿Cari es la castaña o la pelirroja? ¿Cuqui es la morena o la rubia platino? Preguntas definitivamente irresolubles porque la vigencia de la respuesta en ningún caso duraba mas de una semana.

  Ellas eran su más compleja y desafiante obra de arte, pero, afortunadamente, no la única, pues la milagrosa transfiguración no tuvo como único objeto sus personas y atavíos, sino también su producción pictórica.

  Desde el principio, cuando decidieron buscar un nombre artístico, toparon presagiosamente con el de Equipo Límite; aunque entonces no lo sabían, ni modo alguno había de que pudieran saberlo,su trayectoria pictórica hasta el presente las ha mantenido en estrecho amancebamiento con la idea del límite, no porque se sitúen en él, ni porque atraquen en los lindes estables de algún tipo de cordura, sino, precisamente, porque arremeten contra ellos. Una política pictórica basada en el exceso provoca un desplazamiento deliberado de los confines, límites, fronteras de un chirriante y reseco sistema de normas sociales, morales, culturales y visuales. Los discursos que yergen un cuestionamiento o desafío a esos límites son acciones que fuerzan el perímetro del sistema desbocándolo o poniéndolo en crisis. El límite, pues, no es el lugar donde ellas residen, sino aquello contra lo que arremeten y embisten, el perímetro que cuestionan con sus excesos (del latín ex-cedere, ir más allá…) ímpetu rebosante que doblega el corsé del buen gusto y desboca la faja represora de lo establecido.

  ¿Cómo, si no, podrían titular un cuadro “de ellas”, Más dilatadas que las cataratas del Niágara?

  Los límites que dilatan son múltiples y variados, y lo que sigue intenta apuntar algunos.

  Todas sus imágenes, me atrevería a decir, sin excepción, son estructuras de agresión visual. La centralidad, los violentos contrastes y yuxtaposiciones, las inverosímiles degradaciones, los colores saturados y las combinaciones delirantes que apenas aflojan la presión en algunos centímetros del cuadro, configuran un cocktail fogoso que avanza irrefrenable hacia el sufrido espectador. La composición, entre el azar y la planificación, aparenta seguir en ocasiones una política de hechos consumados: las imágenes se van acumulando durante el proceso de trabajo a instancias de las preferencias que van surgiendo y en función de las condiciones que dichas preferencias imponen. Algunos cuadros parecen compuestos al estilo de las cestas de navidad: se pone la cosa más grande o más pesada en el centro, y las demás se van ordenando buenamente por los lados. Eso sí, el acabado técnico es pulcro y minucioso, cual objeto de lujo y seducción, … Para Vd. que busca la perfección… ya que Sus ojos y sus oídos merecen lo mejor

  La procedencia de las imágenes es variada; podría hablarse de indiscrimada mezcla de motivos y culturas… Camp, demodé, retro, revival, kitsch… pero lo cierto es que las fuentes de la pintura del Equipo Límite se alejan cada vez más de los modelos visuales reconocibles e ilustres (tipo Walt Disney), para recuperar la parte más rastrera de nuestra cultura visual, la parte menos «artística»: cursis ilustraciones infantiles de tercera o cuarta fila, candorosas tarjetas religiosas, estridentes carteles circenses… no por casualidad, kitsch es una palabra procedente del alemán kitschen y significa literalmente recoger inmundicias de la calle. (También del cine porno, como el desternillante título Ensalada de Pepino en el colegio femenino.)

  El modo de mezclar esas imágenes, sin embargo, en nada se parece al indiferente, desintencionado y flácido pastiche tan característico de los últimos años de pintura postmoderna. Hay una fuerza potencialmente semántica, a veces subterránea o de vocación inconsciente, opuesta en cualquier caso al vacío, el silencio o la incertidumbre, una fuerza que fertiliza un intenso intercambio de estímulos, sensaciones, y sentidos entre la obra y la resonante cabecita del espectador. En su reiteración, los temas que el Equipo Límite trabaja, pasan de ser mera excusa formal o puro azar, a espetar una ideología pictórica y vital que burla algunas de las pocas certidumbres estéticas y morales todavía vigentes hoy en día.

  Empezaron mofándose de esa publicidad antigua que tan ridícula y chabacana parece desde nuestra resabiada mirada actual. La rememoración cómica de algunos anuncios (Las enamoradas famosas la llevan porque ella es fresca y reactiva, o No permita que “esto” le prive de su decisión favorita,…) despierta un sentimiento similarmente cómico al que percibimos con horror al contemplar nuestras propias fotografías de hace diez o quince años (especialmente si son de los años setenta) y el look desfasado y ridículo que orgullosamente lucíamos; tal vez, un modo de evidenciar la estupidez humana que sigue ciegamente la moda, fustigada por su implacable tiranía, imparable fuga que pronto, antes de que nos demos cuenta, convertirá en ridículo, desfasado, fachoso y out, todo lo que ahora, con la miope ilusión del instante presente, nos ponemos encima como lo más guay o lo más in.

  Seguramente no hay nadie más hortera que aquel que está celosamente preocupado por el buen gusto y la finura, nadie más adefesio que el que pretende a toda costa ser fino, elegante, exquisito, primoroso, pulcro, distinguido… Lo que desbarata la pintura de Equipo Límite con vehemencia e intensidad inusitada es el aburguesado y panoli deseo de buen gusto, la persecución de lo fino, lo moderadamente desapercibido, standard y elegante, la gris uniformización del gusto y los indivíduos, el Pret-àporter… y alzan ante la finura y el comedimiento, la barbarie de lo excesivo, lo desmedido, el mazacote proteico e impenitente de sus cuadros.

  Una rara nostalgia inquieta las imágenes del Equipo Límite, una nostalgia risueña y malintencionada que pone de manifiesto esa relación esquizofrénica que mantenemos con algunas partes de nuestra infancia, especialmente las pobladas por el romanticismo de los cuentos infantiles y las historias de contenido religioso. Historias de expectativas comúnmente falsas e ilusorias, fraudulentas, precarias, origen de sueños y esperanzas que el futuro ha ido derribando limpiamente y poco a poco, pero que acaso, todavía, ocultan un almíbar recóndito en alguna capa oscura de nuestra memoria: un niñito jesús con el corazón encendido y rodeado por unos tigres de circo, la candorosa inocencia capaz de domar los más bajos instintos animales de las personas, o tal vez la fiereza devoradora de ese niñito en apariencia cándido e inofensivo y todo lo que representa… Sea como fuere, y por encima de todas las lecturas que a instancias de las biografías de los distintos espectadores pudieran realizarse, el modo de enunciar plásticamente esa parafernalia eclesiástica devota y milagrera, tan efectista, huera y prepotente como la peor estética de Circo Americano, ya habla por sí solo, en un tono de ambigua y esquizoide nostalgia, tal vez, refocilamiento morboso u optimista decepción. Se echa de menos la presencia de la Cheperudeta.

  Salvo grupos de indeseables, existe consenso social a la hora de condenar – a veces “violentamente”- la violencia; sin embargo, pocos se preguntan por la que habita su interior. Los cuadros del Equipo Límite utilizan imágenes de personajes violentos de la Marvel, el Manga japonés, las lagartas televisivas de la serie “V”, los deleznables dibujos animados infantiles de luchadores cósmicos, que son infinitamente más heavy que el hard-core más depravado y que cualquiera puede ver en la televisión de su casa a las seis de la tarde… pero la agresividad explícita que enuncian no se refiere a la violencia del otro, el macarra, el extremista, el psicópata, el skin, sino a la violencia endógena, la que late en el interior de cada una de las manifestaciones del ser humano, en cada uno de los ritos, héroes, símbolos, acciones, en cada uno de nosotros mismos.

  Otro tema donde hurgar, ¡cómo no!, es el sexual. Con frecuencia se detectan escenas de contenido falocrático (Un chico metiéndole una pistola a una chica por la boca, un hombre tatuando minuciosamente a una mujer en las proximidades clitoridianas…) pero eso es casi lo más suave. Recuerdo un cuadro que yuxtaponía dos imágenes: a la izquierda, una niñita abrazando a un tierno e inofensivo perrito y rodeada por plantas de cuento infantil tentacularmente fálicas. A la derecha, en una imagen tenebrosa y con montañas apocalípticas al fondo, una mujer anónima sodomizada por un perro (Qué vida más perra.) Sin llegar a extremos tan explícitos, la zoofilia se agita con frecuencia y variedad: perros, gorilas, rinocerontes, burros… se emparejan con mujeres y niñas y uno se pregunta si la presencia de tanto animal “masculino” no será algo más que chiste o casualidad, por ejemplo, salvaje metáfora de cierta ostentación sexual machista, frecuente chulería insostenible cuya frágil realidad, en toda su crudeza y limitación, se pone en evidencia en ese otro cuadro titulado Cariño, dale de comer al pajarito en el que un miembrecito viril de juguete, desproporcionadamente pequeño y chistoso, se encuentra condenado a quedarse rápidamente sin cuerda.

  Tras la aparente frivolidad, entre las rendijas de lo excesivo, oculto en la comicidad, hay siempre en los cuadros del Equipo Límite algo terrible, algo serio que amenaza y desestabiliza. Cuando los miramos, confiados, acabamos casi siempre esbozando una sonrisa o emitiendo sonoras carcajadas. Nos reímos de las parodias de cuentos e ilusiones infantiles, el circo y las historias religiosas, de la horterada implícita en el buen gusto y la finura, nos reímos de las versiones sexuales grotescas y salvajes, de la violencia ramplona como objeto de consumo, nos reímos de todo, nos morimos de la risa y con ello intentamos disipar el miedo, ahuyentarlo, exhorcitar el miedo que nos producen los monstruos salvajes e incomprensibles que nos habitan y que ellas, con sus golosinas visuales, han hecho por un momento asomar la cabeza…