No hay límite para nuestro amor

Boris Izaguirre

Catálogo «Dulce tormento» 1999

  Acabo de contemplar una vez más mi cuadro de las Límite. Se titula, COLONIA, TE ESPERO y es un colorido mapa de nuestra amada España sobre la que yace, o quizás surja, un hombre como de anucios de colonias de principios de siglo con los velludos brazos virilmente cruzados, en plan de aquí te espero, desde luego, pero también, al menos en este instante en que vuelvo a mirarlo, como si desafiara el amor, o incitara en nuestras profundidades un inusitado, virulento patriotismo. Me alejo y permito que el sol de agosto le cubra y el hombre se alimenta de ese brillo, la España de verdes y azules se agita y los caracoles y estrellas marinas que rodean el cuadro empiezan a moverse como si siguieran un ritmo sicodélico y tropical. Está vivo, está abierto, está aquí, como bien reza su título, esperando. Desde 1995 mi relación con el Equipo Límite ha sido una diversión, una aventura, un aquí te espero. Las recuerdo divinas el primer momento que nos presentaron, en la Galería Sen, y como en un principio Cari logró capturar toda mi atención con su gesticular, su impaciencia verbal, mientras Cuqui parecía una modelo impasible, cuya mirada atenta, implacable, traicionaba el cerebro igualmente atento e implacable que yacía detrás. Eugenia me presentó como guionista de culebrones venezolanos y esto activó en ellas una especie de curiosidad, delirio, excitación. «Cuquí vio toda La Dama de Rosa«, explicaba Cari, al tiempo que Cuqui enfatizaba que en realidad Cari y ella habían visto Cristal. Nos daba a todos igual, lo que estaba surgiendo entre nosotros era mucho más importante. Tanto que Eugenia y Ramón García, decidieron unirnos para escribir un libro con mis textos y cinco serigrafías del Equipo Límite. La primera, y única, reunión tuvo lugar en mi casa de Rafael Calvo en Madrid. Ya colgaba sobre la única pared decente el Colonia, te espero. Las Límite llegaron con un corazón de plástico azulado que anteriormente contuvo chocolates Bacci. «Vacío tiene un punto mas Límite, ¿no crees?», afirmaron en la puerta. Y en efecto, era como esos sagrados corazones de Jesús que ellas tanto colocan entre sus mujeres atadas. Sucedió entonces que la reunión de trabajo se convirtió en una fiesta impromptu para agasajar a improvisados invitados del ARCO que también acontecía en esas fechas. Recuerdo a un artista noruego, que a todos nos llamó la atención porque era noruego, y a mi amiga Edith cantando unas coplas con aires de canto gregoriano y a la propia Eugenia mortificada por preparar unas arepas, un típico plato venezolano, con una masa de harina a la que alguien, vilmente, había arrojado un kilo de sal. Recuerdo también que, seguramente porque los españoles son muy educados con lo foráneo, al menos en gastronomía, nadie hizo mención de lo saladas que estaban, pero la ingesta de alcohol subió y en un momento determinado algunos invitados llamaron a los vecinos para pedirles agua. A todas estas, Las Límite y yo sostuvimos nuestra reunión en mi habitación. Encerrados, con Ramón García de atento, y sobrio, coordinador de ideas, decidimos hacer un libro sobre dos hermanas que deseaban ser Misses, pero claro, sólo una de ellas ganaría la corona. Estuvimos dos horas interpretando las dos hermanas, analizando sus vestidos, dialogando sus terribles frases atizadas de odio y amor incestuoso, hasta que alguien de la fiesta golpeó con tanta fuerza la puerta que casi la rompe. Creían que estábamos haciendo una orgía, consumiendo quién sabe qué y en un plan muy de anfitrión inglés les dije a las Límite. «Volvamos, que nos aclaman».

Volvimos y la fiesta fue un delirio. Cuando las Límite enviaron sus dibujos a la galería Sen, me di cuenta que se me había olvidado todo el guión de las hermanas Misses y que había escrito el diario de una mujer atada, una maruja que empieza a atarse sola en casa y termina por hacerlo en un hipermercado. «Pero, qué vamos a hacer ahora», decía Cuqui, siempre la más seria, «nosotras hemos dibujado mujeres con coronitas y banda de Misses». «¡No importa!», clamé, «Toda mujer atada es una Miss y viceversa».

El libro fue maravilloso. Y desde entonces cada uno de nuestros encuentros está marcado por el hecho de hacer algo juntos. Cuando me mudé de esa casa y aterricé en la Torre Madrid, las Límite estaban en la Villa y Corte. Salimos a cenar y volvimos a tejer el sueño de hacer un comic juntos. «Yo tengo contactos editoriales», les dije y Carí subrayó la necesidad de un guión. Empezamos con lo de siempre: «Es una madre malvada que ha abandonado a sus dos hijas y éstas se han convertido en dos hijas de puta devora hombres». Cuqui matizó que quizás sería mejor estar un poco más sobrios, pero Cari y yo estabamos lanzados. De pronto, en la calle, de regreso a casa, Cari vio una ridícula mesa pintada de azul. «Dios mío, tienes que llevarla a tu casa, un mueble de la calle siempre trae suerte». Pero, la decoración de Torre Madrid es sin muebles, Cari, intenté explicar, porque es una celebración del minimalismo que nos viene encima. No importó nada que dijera. La mesa fue cargada a lo largo de diez cuadras y ahora sobrevive al clima estepario en una esquina de la terraza. Ayer, por ejemplo, contemplé una impresionante puesta de sol madrileña sentado en ella. Cuando me levanté y era noche pensé que Cari tenía razón, esta mesa me ha traído suerte. Y entonces giré para ver de nuevo mi cuadro y recordé que alguien en aquella fiesta loca dijo que las estrellas de mar y los caracoles traen mala suerte. Bueno, está claro que estos adornados por el espíritu de las Límite han traído todo lo contrario. Y es porque el Equipo Límite nunca es iconoclasta, transgresor, divertido, furtivo o desafiante sino, por encima de todo, es todo lo contrario. Lo contrario al aburrimiento, al complacer, al parecerse a algo, a intentar pertenecer. Mis recuerdos junto a ellas continúan. Invitado a presentar mi novela en la librería El Cobertizo de Valencia se me ocurrió que las Límite serían las anfitrionas perfectas. A ellas les encantó la idea, estaban vestidas divinas cuando llegué a la librería y traían organizado todo un recorrido nocturno por la ciudad. «Lo único que no hemos hecho, Boris, divino, es leernos el libro».

Otra noche Cari nos presentó un muchachón de unos veintiséis años, italiano, con quien compartía algunas nociones de castellano. De pronto, el chico nos presentó una novia oficial y hubo como un discreto shock. Se saludó a la chica escuché a mis espaldas como Cari decía que era una pija. Aterrado sospeché que nuestras fantasías de mujeres atadas, hermanas incestuosas, madres desaprensivas iban a cobrar vida esa noche. Y, en realidad, casi fue así. Cari se dedicó toda la noche a torturar psicológicamente a la joven pija. Alabó su bolso y sus pendientes, en ese orden tan mega pijo. Luego la incitó a bailar para que todos comprobáramos que era una pija absoluta que igual movía las piernas tanto en merengue como en techno house. Al día siguiente no había rastro de arrepentimiento en Cari. «Una pija merece que se le recuerde que es pija» y yo pensé, vaya, otro gran título para otro gran cuadro del Equipo Límite. Cuqui, siempre sosegada y sexy me explicaba una vez: «Nosotras empezamos el cuadro, a veces juntas, a veces Cari lo dibuja y yo lo relleno, y nos paramos delante y, zas, nos viene el titulo. Fíjate en este, se llama: Haga frío, haga calor, exponer en Palma es lo mejor». ¿iQue más puedo decir de ellas!?. Mis adoradas Límite… no hay Límite para nuestro amor.