On the border

Este equipo, verdaderamente, no tiene límite. Quiero decir que es desmesurado. Que no tiene medida, vamos, que entre todo lo que hay, en este fin de siglo hay mucho, no es fácil encontrarle parangón.

Recuerdo la cara de perplejidad de lan Wallace cuando vio sus cuadros. Ian acababa de llegar de Vancouver y no hacía mucho que había hecho una exposición en homenaje a Mondrian en la Vleeshal de Middelburg: fotos de paisajes relevantes en la vida y en la obra del neoplasticista encuadradas por bandas de colores planos sobre el lienzo. En fin, puro hielo analítico del norte. Y ahora llegaba a una ciudad de esas que los anglosajones deben encuadrar en el profundo Sur- y se encontraba con un cuadro donde un atlético varón, del tipo de los que rezuman fuerza y vigor, sostenía entre sus brazos alzados un arco formado por posavasos con imágenes sorollescas plastificadas. A los pies del tipo aparecían rendidas un par de sirenitas que bien podrían ser de una ilustración de Peter Pan. Para rematar, un título tan absurdo y tan obsceno como éste: «Sorolla qué fulgores de colgores». Sí, han leído bien: no hay erratas. Como pude se lo expliqué a lan y dijo: «I like it, it’s refreshing».

El caso es que el mazas que sostenía los posavasos de Sorolla a modo de extensores con los que medir la potencia de sus pectorales y biceps ya había aparecido por algún que otro cuadro. No olvido la impresión que me produjo, en el stand de la Universidad Politécnica de la penúltima edición de Interarte, su «Cariño dale de comer al pajarito»: aquí nuestro hombre aparecía en el esplendente marco de un valle de montañas nevadas con torrente pedregoso incluído, vacas paciendo y un inmenso cielo azul de postal cruzado por los dos famosos brazos –a punto de juntar las yemas de los dedos, de la Creación de Miguel Angel en la Capilla Sixtina. Pero ojo al parche: el tipo exhibía -pegada a la superficie del cuadro y en relieve- una pililita de esas que dan saltitos como los polluelos (20 las pollitas?) cuando se les da cuerda.

¿No se lo dije? Una desmesura, una obscenidad y una provocación. Todos los cuadros que he visto del Equipo Límite son así: no hay ni uno que te deje en paz. Ciertamente ante ellos tienes ganas de reirte, pero es una risa o una sonrisa desasosegada que revuelve la tan celebrada bestia que llevamos dentro. Así que ríanse con tiento que esto es muy serio.

Tan serio como querer seguir pintando en el momento en que todo parece desaconsejarlo. Y en primera instancia el ambiente en el que el Equipo Límite se ha formado: las instalaciones multi- media, el vendaval neo-conceptual o conceptista y el ascenso irresistible de la escultura en la Facultad de Bellas Artes de Valencia donde estudiaron la especialidad de pintura. Y sin embargo ellas, tan iconoclastas e irreverentes en tantos sentidos, pintan. Aunque a decir verdad, pintar pintar, pintan poco. Más bien, recortan, fotocopian ampliando, pegan y barnizan o plastifican con su querido epoxi… Parecen pensar que lo que ya está pintado para qué lo van a pintar ellas de nuevo. Pero el caso es que al final de este nuevo género entre el corte y confección y la pintura, nos encontramos con una superficie de dos dimensiones coloreada donde papeles, pigmentos y barnices conspiran para formar imágenes de fuerte contenido narrativo. Así que, en este sentido, estas dos señoritas que gustan de vivir y pintar on the border son tremendamente clásicas y sus cuadros dicen tantas cosas como, por ejemplo, los de David. Lo que quiero decir es que, a pesar de su desvergüenza, se incordinan perfectamente en esa larga y antigua tradición consistente en transmitir significados a partir de la experiencia visual que suscita un plano donde se reparten y mezclan manchas de color.

Claro que David levantaba acta de la Revolución Francesa y de las múltiples entretelas del nuevo orden republicano, mientras que Cari y Cuqui parecen llevar la revolución dentro y hacerse eco de las que ha habido, múltiples y dispersas, desde los años cincuenta hasta nuestros días. Y hay que decir que, en este punto, pocos artistas jóvenes tienen una voluntad transgresiva tan sostenida. No hay ni un solo cuadro del Equipo Límite que nos devuelva una imagen integrada, complaciente o gratificante de nosotros mismos y del mundo que habitamos. Descontados los más tremendos – como el «¡Qué vida tan perra!» presentado en la exposición Sin Coartada (lo Bello y lo Obsceno) de la Universidad de Valencia -tampoco los más frescos y desenfadados son imaginables sobre ningún tresillo de cualquier salita de estar.

Así las cosas, parece que estas descocadas desvalijadoras de imágenes practiquen aquel punto de vista tan productivo-hasta que no se demuestre lo contrario, de la filosofía de la sospecha. Ya saben: sospechar no que «sous le pavé, la plage» sino que bajo cualquier playa complacientehay un montón de basura. O para decirlo con fórmula mucho más clásica: sospechar que el más bello cosmos no es sino un montón de basura esparcido al azar. Pero lo virtuoso es que no por ello sus procacidades destilan ninguna moralina. Tan sólo constatan y muestran. Parecen decir: «No se asuste y tómeselo con calma, pero hay una probabilidad muy alta de que usted o el que tiene al lado sea un perverso polimorfo, un poco cursi, y que además vote al PSOE».

A.N.