El Museo Imaginario del Equipo Límite

Javier Claramunt

Catálogo "De Límite para tí: xe què bo, xe què fi" 1993

  No resulta extraño que la iconografía de los cuadros de Cari y Cuqui todavía no haya optado por rebelarse contra las que de manera caprichosa así manipulan. Tal vez, el conseguido difícil equilibrio, la dosificación ecuánime en su trato, ha impedido que las imágenes usufructuadas desborden el Límite por este equipo enunciado. La pasión idólatra con las que han sido ensalzadas, la adulación seductora de su trato, la consentida ilusión de protagonismo, mitiga la inquina y rencor de estos referentes reiteradamente vilipendiados, puestos al servicio de su propio escenario que (no nos dejemos engañar como ellos) es ajeno a su mismo discurso.

  Así, las zalamerias de C&C impiden que esta rebelión devenga en la fagocitosis de su obra a manos de las imágenes que no tan altruistamente hospedan. Hasta así ser cobijadas, las anestesiadas imágenes duermen entre los anaqueles del abarrotado Museo Imaginario del Equipo Límite, auténtica antesala de sus cuadros, que por contra, y desgraciadamente, ni se nos muestra ni nos es accesible. El que llamo Museo Imaginario del Equipo Límite no es ninguna quimera, lo conozco. Durante años he visto crecer el singular contubernio de los más extraños objetos e imágenes. Acompañados de la acostumbrada pregunta para consensuar lo que ellas calificaban jubilosamente como marciano, veía pasar ante mí las más folletinescas, ultrapirenaicas y estrambóticas imágenes. Peripatéticos cromos heredados de compulsivos zampabollos nostálgicos de su afán coleccionista, reproducciones de garbosos galanes empeñadas con pesar por sus trapezoidales seguidoras, lustrosas fotografías fieles al trapío del chirumen de periquitas renegadas, adornos y floripondios fanfarrones de su gula onanista, hipocondríacos remedos de ilustraciones médicas de cirrótica belleza, baratijas propias del pago de secuestros de esposas cagapoquitos, postales crápulas de estampa folklórica, ornamentos psicodélicas comparables al encefalograma de una ameba, sellos con el cacumen lingual de actrices “más dilatadas que las cataratas del Niágara”, fulgurantes muñecas de antiguos dueños descarriados, pasmosas etiquetas del continente de lo impresentable, visiones siderales del ringorrango del puercoespín morfinómano, imágenes de los tortuosos meandros del buen gusto y, en definitiva, la colección imaginaria e imaginable de la pléyade de objetos e imágenes que el semblante de los cuadros de C&C nos muestra tanto como nos vela, y que duerme en el dificultoso equilibrio del ambiguo trato del hijo putativo, mimado con dulzura o maltratado con irónica felonía.

  El billete de entrada a este museo lo constituye el febril entusiasmo que provoca la visión de los cuadros del Equipo Límite. Pero esto no garantiza su visita. Pasear por este museo es tarea de la imaginación propia del que se resiste a agotar su fruición en lo que ante la visita se le ofrece. Sólo algunos intrusos se columpian por la tramoya de sus provisiones. Entre bastidores escarcean con su contenido en la euforia del que cree haber vencido la prueba de seducir a sus cancerberas. Mas la confianza en la recepción y trato con el advenedizo desvirtúa y ridiculiza el triunfo del visitante. Descubrimos que no hay celo. No hay secretos. Entrada libre, sin trampas, sin reservas. Todo a la vista. El espectador, confundido por la confianza, por la invitación a penetrar y descubrir la clave del éxito, abandona avergonzado de sus aviesas ansias de averiguación sin la explicación de la peculiar explotación y relación de C&C con lo que, extasiado, se le ha permitido contemplar. Tras las habituales redadas para acrecentar los fondos de este musco, Cari y Cuqui proceden a deambular entre los aromas libados con la temeridad indiscreta de pasiones abandonadas en sus lienzos. Con provocativas danzas avivan conexiones clandestinas. Traspasando auras complacientes arriesgan imposturas de seguridad malabar. Reconducen, en largos buceos donairosos, la glotonería de la pieza capturada en los miriñaques de la entretela lujuriosa. Avidas de crispar convenciones, se diluyen en el vértigo iconográfico del oneroso malevolente expropiado de íntimas vinculaciones, de ajadas convicciones traspapeladas y sepultadas por transpiraciones revenidas en ínclitos pasados de camándulas, grímpolas y oriflamas.

  Mas, dónde restan las vivencias, los impulsos de la autenticidad de la realidad cotidiana de Esperanza Casa Guillén y Carmen Roig Castillo. En su constante deambular, en los repetidos paseos de inmersiones temerarias, resulta impensable que no resten sus efluvios entre los tumultos del museo. Igualmente, parece más que razonable que las tormentosas corrientes iconográficas entre las que han de nadar abarroten su propia sustantividad íntima y personal, que el cotidiano convivir en esta jungla de imágenes contamine la presencia, el saber estar y el estar sabiendo que en lo que estoy es producto del descabello del embeleso cultivado entre la pléyade de lo en este museo almacenado. Sin embargo, los que también hemos sucumbido en la seducción de la energía extrapictórica de Cari y Cuqui, rechazamos descripciones de su vida en semejanza a la esbozada anteriormente a propósito del sinfín de torturas visuales que pueblan el Museo Imaginario del Equipo Límite.

  Por eso mismo, si cabe la sorpresa del visitante del Museo ante las bagatelas visionarias de estas pintoras, más fascina todavía la comprobación de configuraciones personales ajenas a los efluvios destilados por sus imágenes. La tarea de descubrir el invisible nexo que las une no es comparable al escrutinio placentero de sus cuadros. Adecuado será que desde aquí descollemos en alabanzas y recomendaciones de rutas alternativas para lograr el auténtico conocimiento de las integrantes del Equipo Límite, y garrapiñemos burlas y soplamocos a los listillos que, soflamados en erudición y compostura, se retuercen atrapados en las iconográficas redes tendidas por C&C.