Dos damas en estado de gracia

Se las suele describir como dos damas sofisticadas, malévolas, unas seductoras de mucho cuidado; y, en consecuencia, se traslada la adjetivación a sus cuadros. Yo las veo como dos pintoras primitivas, paradigmas de la ausencia de malicia, en estado de gracia y de pureza, pero con una inteligencia despierta y avizora, ávida, insaciable.

Son pintoras primitivas en muchos aspectos. Como en los artistas medievales, hay en ellas una fuerte motivación moralizadora de la vida. En este sentido podría decir que cultivan una cierta forma de pintura religiosa, cuyos santicos, provocativamente actuales, provienen de apropiaciones de iconos por los que sienten una relación entre el deseo y la repulsión, como los buenos cristianos ante la hoguera de las vanidades.

Se nota en su arte que son gozadoras sin límite, en la búsqueda del placer absoluto del arte más allá de la muerte y de todas las llamas ardientes. No es ninguna broma decir que un tema central del Equipo Límite es el de la muerte, asumida como un reto en proceso de transformación a través de la sensualidad y de la violencia, donde el riesgo diluye los límites de la subjetividad. A diferencia de los primitivos históricos, Cari y Cuqui no pretenden adoctrinar sino poner en escena el simulacro de las eyaculaciones doctrinales.

No se han constituido en equipo por una jugada de dados, sino porque su trabajo enlaza con la idea de productividad artística ial como fue definida por Walter Benjamin, con los talleres de los primitivos históricos, aunque sin su melancolía; y con papá Lichtenstein, con mamá Marisol, o los padrinos Fählstrom, Erro, o los equipos Crónica y Realidad.

Las puestas en escena de sus cuadros no son representaciones de ilusiones visuales; se alejan voluntariamente de la utopía del principio de equivalencia entre signo y realidad. Ellas ponen en marcha una maquinaria ingenua, primitiva, bien engrasada, que trabaja con la capacidad de simulación de las imágenes de las que se apropian: su potencial ficticio aparece en el discurso cursi y/o violento de los objetos y de los personajes, de las tiras cómicas y de las baratijas, a las que redimen del estado de caída al que ha condenado el gusto convencional. Lo suyo es, de verdad, una «crítica del gusto» resuelta contundentemente en imágenes sin necesidad de referirse a Kanto a Hegel; sin pretenderlo, son dos damas filósofas para la salvación de sus amados iconos, a los que convierten en amantes explosivos (con explosiones) en el interior de los cuadros.

El rigor extremado, casi penitente, de la metodología artística de Cari y Cuqui no está reñido con su capacidad de atracción ni con la sensualidad. De hecho su sistema remite, en algunos aspectos, al «montaje de atracciones» de los formalistas del cine soviético; y al sensual constructivismo hollywoodiense de Busby Berkeley, especialmente el de sus trabajos con Carmen Miranda, escenario de miradas en el que lo cursi alcanza el doble grado de lo sublime y del artefacto autodestructible.

El Equipo Límite ocupa ya sin duda un lugar muy especial y destacado en las galaxias infinitas del pop religioso de todas las épocas, desde Paolo da San Leocadio a Eduardo Arroyo, historia sagrada. Y ello porque han sabido alumbrar aspectos inéditos del imaginario de la existencia humana. La del Equipo Límite es una maquinaria de técnicas mixtas, de una pureza nítida y primitiva. La vía del apropiacionismo las hace insaciables: este es su pecado original. Han salido, por otra parte victoriosas del difícil reto de asumir la vía artística del simulacro y no dejar lugar a dudas de que son dos damas extraordinariamente auténticas. Este es su estado de gracia.

J. Gandia Casimiro